Historia de Santander
Por NuzNut Santander
Santander, la capital de Cantabria, se despliega frente al Cantábrico con esa mezcla de brisa salada y montañas verdes que hace única a la ciudad. Antes de que existieran las calles empedradas como la famosa Calle del Sol o los barrios tradicionales como Cuatro Caminos y Tetuán, estas tierras ya albergaban comunidades humanas que vivían a ritmo de mareas y estaciones. Restos encontrados en la cueva de El Pendo, cerca de Escobedo, revelan pinturas y herramientas que nos hablan de personas que pescaban en lo que hoy conocemos como la bahía de Santander, cazaban en los montes cercanos a Peñacastillo y recolectaban frutos y raíces por toda la península de La Magdalena. Sin saberlo, trazaron el camino hacia lo que siglos después sería un puerto fundamental. Desde NuzNut Santander te invitamos a hacer un recorrido por la historia de nuestra noble ciudad.
De Portus Victoriae a puerto medieval
Durante la época romana, la bahía de Santander era conocida como Portus Victoriae, un enclave estratégico ubicado en lo que actualmente corresponde a la zona del Puerto Pesquero y el barrio de Puertochico. Los romanos valoraban esta ubicación por su protección natural y por la facilidad de conexión con otras ciudades del norte de Hispania a través de la antigua vía que discurría por lo que hoy es la Calle Castilla. Aunque los hallazgos materiales son escasos, se cree que en los terrenos donde ahora se alza el barrio de San Martín se instalaron almacenes y pequeñas construcciones que favorecían el comercio marítimo. Portus Victoriae era más que un puerto: era un punto de encuentro de culturas, de intercambios y de historias que, con el tiempo, irían moldeando la identidad de Santander.
Edad Media: gremios y vida cotidiana en el corazón urbano
Ya en la Edad Media, la villa empezaba a dejar de ser un simple puerto. Los gremios de pescadores y artesanos, presentes desde el siglo XIII, regulaban no solo el comercio, sino también la vida cotidiana en las calles aledañas al actual Paseo Pereda y en los alrededores de la Plaza Porticada. Esta emblemática plaza se convirtió en el auténtico corazón de la ciudad medieval: un lugar donde se cruzaban miradas entre comerciantes llegados desde la Calle Alta y la Calle de la Compañía, se contaban noticias procedentes del Camino de Santiago que atravesaba el barrio de Monte, y se comerciaban desde peces frescos hasta lana y vino importado.
Las casas bajas, muchas de madera y piedra, se pegaban al puerto formando el primitivo barrio marinero que se extendía desde lo que hoy conocemos como la Calle Hernán Cortés hasta la zona de Puertochico. Estas construcciones creaban un laberinto de calles estrechas y empinadas como la Calle de la Sal y la Calle del Arcillero, que todavía hoy nos hablan del carácter labrador y perseverante de sus habitantes. El barrio de la Catedral, con sus angostas callejuelas como la Calle de los Mártires, conservaba ya entonces ese aire recogido y espiritual que lo caracteriza.
Siglos XVII y XVIII: auge comercial desde Cueto hasta el Sardinero
Los siglos XVII y XVIII trajeron consigo un Santander más ambicioso que se extendía hacia nuevos barrios como Cueto y comenzaba a ganar terreno hacia lo que posteriormente sería el elegante Sardinero. La ciudad se convirtió en un puerto de referencia en el comercio con América, y varias familias locales establecidas en mansiones de la Calle Isabel II y los alrededores de la Plaza de Cañadío lograron amasar pequeñas fortunas con productos como azúcar, cacao y tejidos.
Con el dinero llegaron los palacios y las casas señoriales que aún podemos admirar en la Calle Castelar y los primeros desarrollos residenciales hacia Peñacastillo. El Palacio de la Magdalena, construcción posterior pero símbolo de esta época de prosperidad, serviría más tarde de residencia real. Pero la vida en la costa no era fácil: epidemias que se extendían desde el puerto hasta los barrios de Maliaño y Astillero, tormentas que azotaban desde Cabo Menor hasta el Monte, y naufragios en la bahía recordaban a todos que el Cantábrico podía ser tanto un aliado como un enemigo implacable.
Siglo XIX: incendios, reconstrucción y nuevos barrios
El siglo XIX y buena parte del XX estuvieron marcados por cambios drásticos que transformaron desde el centro histórico hasta los emergentes barrios de Reina Victoria y General Dávila. El devastador incendio de 1941 destruyó gran parte del casco histórico, obligando a los vecinos de calles emblemáticas como la Calle de Jesús de Monasterio, la Calle de San Francisco y todo el entramado urbano entre la Plaza Porticada y el Ayuntamiento a reconstruir completamente la ciudad.
Las calles se ensancharon siguiendo criterios urbanísticos modernos: la nueva Avenida de Calvo Sotelo conectó el centro con los barrios en expansión como Tetuán y Cuatro Caminos, mientras que la renovada Calle Juan de Herrera se convirtió en artería comercial. El paseo marítimo, que se extendía desde Puertochico hasta los primeros desarrollos del Sardinero, emergió como símbolo de resiliencia y modernidad.
Se cuentan historias de familias del barrio de Monte y de la zona de Peñacastillo que escondieron muebles y objetos valiosos en bodegas subterráneas, pequeñas hazañas cotidianas que muestran cómo la gente común de barrios como Nueva Montaña y Pronillo también hace historia.
Siglo XX y la Santander moderna: del Sardinero a Castilla-Hermida
El siglo XX vio a Santander transformarse en un destino de veraneo y cultura que se extendía mucho más allá del casco histórico. La playa del Sardinero y la península de La Magdalena recibían a familias de toda España, mientras nuevos barrios residenciales como El Alisal, Castilla-Hermida y Miranda surgían para dar cabida al crecimiento urbano. La ciudad acogía ferias en la Plaza de Toros de El Sardinero, exposiciones en el recién construido Palacio de Festivales, y actividades marítimas que unían tradición y modernidad desde el Club Náutico hasta los astilleros de Astander.
Escritores y artistas encontraron inspiración no solo en la luz del Cantábrico, sino también en la vida de barrios auténticos como Puertochico, con sus tabernas marineras, o en la tranquilidad burguesa de las avenidas del Sardinero. La conexión del tranvía que unía el centro con El Sardinero, pasando por la Avenida de los Castros, transformó por completo la movilidad urbana. Nombres como José María de Pereda, cuya casa se ubicaba en el corazón del casco antiguo, evocan la conexión entre paisaje, literatura y memoria colectiva que caracteriza barrios como Río de la Pila y San Martín.
Curiosidades y anécdotas de barrios y calles santanderinas
Entre las historias que colorean la vida de Santander, destacan la Torre de la Catedral en el barrio del mismo nombre, que en el siglo XIV servía para vigilar posibles ataques de piratas que podrían abordar desde Cabo Mayor hasta la bocana del puerto. Las pequeñas fiestas de barrio ligadas a la pesca tenían lugar en plazuelas como la de San Francisco o en las inmediaciones del mercado de la Esperanza, donde vecinos de calles como la Calle del Medio o la Calle de Tetuán se reunían con música, comida y risas.
La familia Menéndez Pelayo convirtió su hogar en la Calle de Rubio en un punto de encuentro intelectual que atraía a pensadores de toda España, uniendo literatura, pensamiento y vida cotidiana. En el barrio de Nueva Montaña, las antiguas quintas y casas de indianos contaban historias de emigrantes que habían hecho fortuna en América y regresaban a construir palacetes en zonas como la Avenida de los Castros. Son estos detalles, presentes en cada rincón desde Valdecilla hasta Los Corrales de Buelna, casi invisibles a los turistas, los que muestran la verdadera esencia de la ciudad.
Santander hoy: un mosaico de barrios con historia
Hoy, Santander sigue siendo un lugar donde pasado y presente conviven en cada barrio. Desde el renovado centro histórico que se extiende por la Calle del Sol y la Calle Florida, hasta modernos desarrollos como el de Numancia o La Albericia, la ciudad mantiene su esencia marinera. Sus plazas como la de Pombo o la de las Atarazanas, edificios históricos en calles como Gravina o Méndez Núñez, y paseos marítimos que conectan Puertochico con El Puntal, se mezclan con centros culturales de barrios como Peñacastillo y espacios de encuentro en zonas residenciales como Valdenoja.
El barrio de Tetuán mantiene su carácter comercial tradicional en calles como General Mola, mientras que El Alisal y Castilla-Hermida han evolucionado hacia zonas residenciales modernas sin perder su identidad. Desde NuzNut Santander, como empresa local que vive y trabaja por y para los santanderinos y santanderinas de todos los barrios, desde Monte hasta Sardinero, desde Cueto hasta Peñacastillo, valoramos y compartimos el orgullo por nuestra ciudad. Conocer la historia de cada calle, cada plaza y cada barrio de Santander ayuda a entender quiénes somos y cómo nuestra cultura se ha ido tejiendo a lo largo de los siglos en cada rincón de nuestra ciudad.
Santander, una ciudad de barrios históricos
Recorrer Santander es recorrer capas de tiempo y memoria distribuidas por todos sus barrios: desde los primeros pobladores de El Pendo hasta la ciudad moderna que palpita hoy entre el mar y la montaña, desde el Puerto hasta Valdecilla, desde Miranda hasta El Astillero. Caminar por la Calle Lealtad o perderse por las callejuelas del barrio de la Catedral, pasear por la Avenida Reina Victoria o descubrir los rincones de Puertochico, todo forma parte de un mismo relato urbano.
Desde Portus Victoriae hasta los modernos paseos de hoy, desde la Plaza Porticada hasta los nuevos desarrollos de La Albericia, Santander es un lugar para sentir y conectar. Conocer sus historias, anécdotas y secretos distribuidos por cada barrio y cada calle hace que la ciudad se vuelva viva en cada esquina, desde el bullicio comercial de la Calle San Francisco hasta la tranquilidad residencial de barrios como Nueva Montaña o la modernidad de Numancia.